Por Mario Kiektik

Hay señales, sí. El peronismo, aquel movimiento que durante décadas se definió por su capacidad de adaptarse, camuflarse y su pragmatismo feroz, parece haberse convertido en un espectro que mira hacia atrás: hacia los aviones surcando la Avenida Rivadavia en el 55, hacia las sombras de Rosas, hacia la épica de la proscripción.
Claro, nunca esa mirada reconocerá a Menem, ni a López Rega, ni a las filminas con las que Villar y el general tejieron la Triple A. Hay una amnesia lacunar —como diría un neurólogo— que borra lo incómodo y embalsama lo mítico. Es peronismo, después de todo.
Mientras tanto, la ola libertaria de Javier Milei se presenta como la única fuerza que “mira al futuro”, aunque ese futuro se parezca más a una distopía neoliberal: una Latinoamérica peruanizada, con trabajadores exhaustos vendiendo su “recurso humano” por migajas y una élite que celebra su inserción en el mercado global y sus contratos, mientras el 80% se hunde en la informalidad. Es el óptimo de Pareto aplicado con saña: un país donde unos pocos nadan y el resto se ahoga.
La izquierda atrapada en la nostalgia
El peronismo no está solo en su deriva melancólica. El radicalismo lleva años anclado en su hemeroteca, y el socialismo argentino —aquejado de una anemia ideológica crónica— ni siquiera recordaba en que cajón había guardado la foto de Juan B. Justo cuando vinieron a demoler lo poco que quedaba del Hogar Obrero.
Hoy, los gestos son elocuentes: Cristina Fernández de Kirchner se aferra a la épica de la victimización, Guillermo Moreno enarbola a Jerjes Insfrán y Capitanich revisa cada noche, a la luz de las velas, adónde pueden haber quedado algunos de los huesos de Cecilia Strzyzowski. ¿Es esto lo que queda? ¿Un movimiento que, en lugar de reinventarse, repite rituales vacíos mientras el país se desangra?
¿Milei es realmente el futuro?
El presidente insiste en que su proyecto es la única alternativa viable: menos Estado, más mercado, una sociedad disciplinada por el mérito individual y el descontrol económico. Pero su “futuro” se parece demasiado al pasado de otros: al Chile de Pinochet, a la Inglaterra de Thatcher, a los USA de Reagan. Un modelo donde los niños se distraen con los algoritmos de TikTok mientras sueñan con viajar a Europa, los médicos huyen a las clínicas privada, y las clases medias, las mismas que creyeron en el voto castigo, se arrodillan por una jubilación que saben que es una zanahoria, cuando no una farsa.
¿Es esto progreso? ¿ Esta es la vida por vivir? ¿O simplemente la misma historia de siempre, pero con influencers libertarios y memes de Hayek?
Bernie Sanders y la izquierda que sí mira adelante
Hace unos años, en una charla con viejos camaradas socialistas, intenté explicar por qué Bernie Sanders, el senador estadounidense, resonaba tanto entre los jóvenes de USA. No era solo su retórica, sino su programa concreto: un socialismo democrático que no huye del futuro, sino que lo disputa. Extrañamente descubrí que un socialista democrático, que se presentaba a las primarias del partido demócrata con posibilidades, despertaba un prurito inexplicable. Enseguida golpeaban la mesa y preguntaban cuan revolucionario era, cuan creíble eran sus propuestas y hasta cuáles eran sus propuestas. Es verdad, la mayoría no las había leído.
Pues acá están y siguen siendo mas o menos las mismas:
1- Salud universal: Un sistema público que garantice atención médica como derecho, no como privilegio.
2- Lucha contra la desigualdad: Salarios dignos, impuestos a los ultra ricos, sindicatos fuertes de los trabajadores.
3- Educación gratuita: Universidades públicas sin deuda estudiantil.
4- Green New Deal: Una transición energética radical que cree empleo y enfrente el colapso climático.
5- Democracia real: Fin al lobby corporativo, reformas electorales, expansión de derechos.
Estas ideas no son utopías: son políticas aplicadas en países nórdicos, en partes de Europa, incluso en ciudades estadounidenses. Son la prueba de que otra sociedad es posible. No son todas las ideas, ni son todas perfectas y posiblemente aun haya que trabajar mucho para comprender como un socialista debería plantearse el acceso a la IA o la robótica al mundo de los trabajadores. Pero es un punto, un punto cero, la ida de acordemos alrededor de 4 o 5 situaciones que nos pondremos al hombro.
Conclusión: Nadar contra la corriente
El peronismo puede seguir mirando al pasado. Milei puede vender su futuro de winners y losers. Pero hay otra opción: una izquierda que no tema gobernar, una izquierda no autoritaria, una izquierda de abajo hacia arriba, que no se refugie en la nostalgia ni delegue en el mercado las decisiones.
El desafío no es elegir entre helipuertos y ajuste, sino construir un proyecto que contenga la igualdad con innovación, que enfrente el cambio climático sin abandonar a los trabajadores, que democratice la tecnología en lugar de entregarla sellada a los gigantes corporativos.
Basta de hacer la plancha. Basta de convertirse en sal. Es hora de remar contra la corriente.