Por Mario Kiektik

Lo dijo Primo Levi: “Sucedió, por lo tanto, puede volver a suceder” y no estaba equivocado. Hoy se cumplen ocho décadas del fin de la Segunda Guerra Mundial. Hoy es un día nublado, por cierto. Ochenta años: el equivalente a cuatro generaciones humanas.

El tiempo suficiente para que lo ocurrido entre 1939 y 1945 haya dejado de ser memoria viva y se convierta en relato histórico, en dato archivístico, en material pedagógico cuando no en puro olvido. 80 años. Justo el lapso necesario para que las lecciones aprendidas se diluyan y los errores puedan repetirse. Y eso es exactamente lo que estamos presenciando, con todo el retorno de los modelos fallidos.

En Argentina, el regreso al modelo agro-minero-exportador como eje económico, reproduce los esquemas de dependencia que en los años 30 dejaron al país vulnerable a las crisis globales. El salario y el trabajo en blanco, presentados como “anclas” de estabilidad, ocultan una precarización estructural que recuerda a la Europa de entreguerras: cuando los Estados, incapaces de garantizar bienestar, delegaron en las elecciones rentísticas del mercado (y en el autoritarismo) la gestión del malestar social.

Mientras tanto, en Estados Unidos, Donald Trump juega con la teoría de juegos de la política internacional, tratando las relaciones diplomáticas como una partida de póker, donde el engaño y la amenaza son estrategias válidas. Es la misma lógica que llevó a los acuerdos de Múnich en 1938: creer que los autoritarios pueden ser contenidos con concesiones, en lugar de con principios.

En el plano local, Santiago Caputo teoriza sobre el “odio insuficiente”, sugiriendo que la polarización actual no alcanza los niveles necesarios para consolidar un proyecto hegemónico en el que fallaron “El” y “Ella”. Es un eco perturbador de los discursos que, en los años 30, normalizaron la demonización del adversario hasta convertirlo en enemigo existencial. Este modelo social hater se alimenta de plataformas digitales que han reemplazado la violencia física por la agresión virtual. Pero el efecto es el mismo: la abolición simbólica del otro.

Uno de los fenómenos más alarmantes es la solidaridad con el dinero: ciudadanos que prefieren defender la estabilidad monetaria antes que los derechos humanos básicos. Mejor bajar la inflación antes que sacar a las miles de personas que viven en la calle. El “sálvese quien pueda” que caracterizó a las sociedades en crisis durante los años 30 y que cantan la musica que escuchan los adolescentes.

Frente a esto, el modelo de os Grabois propone una economía de baja productividad para garantizar empleo masivo, un Estado pequeño pero eficiente, y un sector privado no capturado por intereses de amigos. Una fórmula que, aunque bienintencionada, evoca los experimentos fallidos de economías dirigidas que terminaron en estancamiento, pobrismo y luego líderes dispuestos a lberarnos de la pobreza que ellos mismos habían creado.

La historia no se repite de forma idéntica, pero sí rima. Hoy no hay campos de concentración, pero hay algoritmos que segregan. No hay invasiones militares puras, pero hay guerras híbridas que incluyen bombardeos diarios de capitales europeas. No hay hiperinflación como en la República de Weimar, pero hay crisis de confianza en las instituciones y en los metarelatos.

El filósofo Walter Benjamin advirtió que “todo documento de cultura es a la vez un documento de barbarie”. Estos 80 años nos recuerdan que la paz no es un estado natural, sino una construcción frágil. Si olvidamos las lecciones del siglo XX, el siglo XXI nos devolverá a sus peores pesadillas y creo que acabo de tener una.

One thought on “80 años no es nada”
  1. El artículo de Kietik logra trazar paralelos indiscutibles. Describe el drama de ña estigmatización discriminante del OTRO. Nuestra época ofrece cambios y volatilidades permanentemente. Los medios para enfrentar -o para agudizar la crisis general -civilizatoria, diría – son otros. El marco resolutorio debe ser el del pluralismo ideológico. Enfrentemos a la legitimación de la lógica amigo/enemigo como esencia de la política. El comunismo , el neoliberalismo fascistizado y el nacionalpopulismo , cuando vienen fundamentados en la lógica de que hay un PUEBLO y otrps ciudadanos que no forman parte de él porque son sus enemigos (burgueses, zurdos de mierda, gorilas, etc) nos llevan al autoritarismo, totalitario o hegemónico.
    ,

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *