Por Jorge Luis Portero
La “libertad” es el derecho de optar entre opciones que nos son dadas, pero también el derecho de crear nuevas opciones, repetía en cada clase, mi primer maestro de Derecho Constitucional. El impacto de los resultados de una elección nacional intermedia (en la que no se elige el futuro Presidente) no es ni ha sido uniforme. Depende de numerosas y variadas circunstancias. No es posible entonces aplicar “leyes generales” al respecto, desde la Ciencia Política.
Algunas de las variadas circunstancias cambiantes y numerosas son inherentes al propio sistema electoral que se adopte. Otras tienen que ver con el régimen político del país en que se realicen. Por último, un tercer círculo está determinado por la realidad económica, social y cultural vigente, y por la forma en que los ciudadanos votantes la percibamos, y la procesemos a la hora de ingresar -o de decidir no hacerlo- al cuarto oscuro.
El primer aspecto es el sistema electoral que se aplicara en ese comicio nacional intermedio para renovar la mitad de los 257 diputados nacionales de todos los distritos electorales (el proporcional) y el total de los Senadores Nacionales en solo 8 Provincias, lo que significa 3 por cada una de ellas (el de lista incompleta).
Respecto de anteriores elecciones nacionales, el voto a través de la “boleta única de papel” implica un cambio normativo sustancial que morigera el “efecto arrastre” que una categoría de candidatos puede tener sobre la (o las) otras. Por ejemplo, una candidatura a Diputada Nacional de Cristina como cabeza de lista puede recibir un voto que no acompañe también a su lista de Senadores Nacionales, sin necesidad de actos volitivos incómodos, como el del “corte de boleta”. Y viceversa. Otro de los elementos importantes, pero aun inciertos es el de la subsistencia o la eliminación de las PASO. Queda poco tiempo para saberlo.
También hechos como la simultaneidad o no de los comicios provinciales con los nacionales en cada Distrito, o el tipo de boleta a usarse en cada uno de ellos, tendrá alguna incidencia respecto de la entidad del efecto polarizador de la elección a favor de las fuerzas mayoritarias.
El segundo aspecto, el del régimen político, parte de una estructura pluripartidaria, con tendencia a unificarse en tres o cuatro coaliciones electorales importantes en materia de porcentajes a obtener, y otras de naturaleza más testimonial, con guarismos módicos insuficientes para la obtención de un número significativo de bancas parlamentarias.
El tercer aspecto, el del sistema político en relación con la realidad y sus actores, tiene demasiadas aristas como para ser tratadas en este breve artículo, pero señalo las que creo más relevantes para el futuro acto electoral: a) Nos encontramos frente a un gobierno que está provocando transformaciones radicales en la estructura económico-social, con un ajuste brutal sobre varios sectores de la población. b) el anterior proyecto populista del gobierno peronista de A.
Fernández/Massa padeció de un cierto agotamiento, que sumado a sus secuelas (inflación entre otras) provocó su derrota electoral en el 23. c) Ambas aristas profundizaron la grieta existente en la sociedad, que apostaría polarizada y alternativamente : 1) a un gobierno que vino a crear un nuevo “viejo” orden mercado/meritocrático que reemplace al cuestionado populista; o 2) a una oposición que le ponga freno a los ajustes, a la pérdida de los derechos y expectativas de seguridad económica futura, a la idea misma de la justicia social.
En ese marco, la tendencia natural a que en las elecciones legislativas de medio término se verifique cierta despolarización y la aparición de fuerzas nuevas en el espectro político. se ve jaqueada, tanto por esa grieta bipolar, cuanto por una pobre valoración de lo institucional como decisivo, y una sobrevaloración -a mi juicio- por el poder del “pueblo” en la calle por parte de “la política”, a contramano de su relativización, producto del auge de las redes sociales y otras formas de intervención en la vida política cotidiana. No deja de ser extraño y desenfocado que desvelara más a la dirigencia opositora lograr que fueran 50000 personas más a una marcha, que de todas maneras no “torcería el brazo” del Presidente, mientras se les escurría por tres votos la posibilidad de lograrlo a través de una formidable victoria parlamentaria.
Los medios (y las redes) de la grieta remarcan la elección del 25 como una contienda donde se plebiscitará el gobierno de Milei. En esa misma visión, para la oposición, pasa a ser más importante “juntarse para ganarle a Milei” que obtener -con listas opositoras diversas- la cantidad de escaños necesarios para poder frenar en el Congreso al Gobierno, respecto de sus intentos de radicalidad fundamentalista.
Es evidente que cierto resultadismo prepondera en la mayoría de la ciudadanía y de la dirigencia que, como decía Horacio Padellaro en esta misma revista, festeja un triunfo como la obtención del “Bingo”. Y es lógico entonces que la fuerza hoy hegemónica de la oposición esgrima el argumento de “juntarse” porque sería la beneficiaria en capitalizarlo para el 2027, pero no debería ser el caso de la oposición no perokircnerista. Ella perdería la posibilidad de crear una oposición futura para aquél año, alternativa, ni populista ni amigablemente neoliberal, cuyos parlamentarios electos podrían jugar también un papel institucional equilibrador trascendente en el segundo bienio de este gobierno peligroso.
Es difícil deshacer nuestros pasos, pero hay un límite para seguir apoyando los proyectos electorales ajenos, que fracasaron una y otra vez, y que en cada oportunidad demostraron su agotamiento, su falta de actualización para aplicar un proyecto para este tiempo vertiginoso de transformaciones objetivas y subjetivas. El Kirchnerismo de Néstor –objetable en mi caso también por mis pruritos éticos ante su sistema de corrupción, de “hacer plata para enfrentar a los poderosos”- fue una relativa excepción. Pero el perokirchnerismo , en cambio, siempre terminó capitulando. Primero los diez años de Menem, y después el dedo de Cristina –menos inteligente que su cerebro- con sus designaciones de candidatos impresentables para un socialista o progresista no populista. Scioli, Alberto y Massa lo demuestran, por no remontarnos a Isabel y al lopezreguismo.
Ser “furgón de cola” puede ser una opción válida frente a la imposibilidad de vertebrar una alternativa. Pero aquí estamos hablando de un furgón enganchado a un tren que se va destartalando, que sigue descarrilando una y otra vez, y que va en meandroso sentido contrario al que alguna vez quiso ir, cuyos pasajeros están deseosos de vislumbrar otro tren para bajarse, y llegar a destino.
Aún otros con una mayor tolerancia que la mía frente a la corrupción, por considerarla inevitable, no pueden aceptar ser sostén y parte de esta dirigencia que –por impotencia o conveniencia- termina como partenaire de estos malversadores de nuestras banderas históricas.