Por Leandro Bonaura

Hay, en política, una expresión bastante común cuando se pretende graficar la inmunidad concedida a un dirigente o mandatario. Se refiere a esta inmunidad como un traje de amianto que impide que las acusaciones, críticas y cuestionamientos penetren la legitimidad y hieran a su destinatario.
El origen, duración y alcance de esta protección es materia de análisis.
Puede atribuirse al período de enamoramiento, a lógicas convicciones o, en ocasiones, a un estado de necesidad.
Similar a cuando uno busca refugio amoroso en los brazos de un furtivo amante o cuando se pretende cobijo en una de las tantas religiones o expresiones espirituales que rodean nuestra cultura.
La necesidad de creer convierte y crea el superhéroe que necesita nuestra película.
Y cualquier perdigón que atraviese el traje protector, es una herida en nuestro propio cuero. Asumir la herida significaría reconocer, al menos, dos cuestiones. Por un lado, la posibilidad de haber puesto nuestras expectativas en el superhéroe equivocado. Por otro lado, lo cual podría derrumbarnos, caer en la cuenta que el personaje en cuestión no poseía los poderes atribuidos.
El líder no se equivoca. El jefe no se equivoca.
Sumemos, a esto, la creciente imposibilidad de definir la “verdad” de algunos hechos.
Asistimos a un momento de la historia donde la verdad está puesta en permanente duda y cuestionamiento. Pero no por razones de análisis crítico o revisionista sino porque existe una tendencia tan creciente como instalada de observar y definir en función a preconceptos inamovibles.
Lo que para algunos es un león…para otros es un oso…y mimoso
Trasladado a la política: un acto de corrupción se transforma en una operación o en una intencionada persecución.
O es una cosa o la otra. No cabe, en la lógica dualista, la posibilidad que haya porciones o verdades graduales.
Y en ese proceso, se nos esfuma un potencial acercamiento a la verdad.
Y sin una mínima dosis de certezas y verdades, se dificulta construir un sentido de realidad común.
Los últimos años de la política argentina han navegado por estas aguas de manera más que evidente.
Bajo el argumento de estar “batallando contra los poderes hegemónicos” o con la premisa de “nos atacan por lo que hacemos y por los intereses que afectamos” el peronismo -en sus variantes- se desligó de la responsabilidad de rendir cuenta de mucho de sus cuestionados actos.
Principio elemental de una república.
Tal vez algunos sostengan que, cuando se está librando una epopeya de grandes dimensiones, no sea necesario demorarse en cosas menores como son la transparencia y otros burgueses menesteres.
Ayudaron así a construir un enorme y resistente traje. Forjado en las nobles causas que lo impulsaron y curado por la confluencia de convicciones, necesidades e intereses.
En definitiva, no todos siguen al líder por las mismas razones.
Lo que sucede, con el actual gobierno, no debiera analizarse desde lo exclusivamente coyuntural, sino que deberíamos incorporar categorías de arrastre y sumar las propias.
En próximos artículos indagaremos en los materiales con los que se construyó el traje del economista amante de los “tours del ego”.
Para esto debiera ser posible, entonces, desprenderse de preconceptos y prejuicios fuertemente arraigados. Entender que la ceguera ideológica es incompatible con la aceptación de una realidad que es, en rigor de verdad, compleja y heterogénea.
Animarnos a desaprender para volver a construir.