Por Mario Kiektik

Argentina, en su posición periférica y alejada de los centros de poder, se encuentra hoy en un polvoriento cruce de caminos donde las rutas divergen hacia destinos inciertos y donde las señales se han oxidado tanto que ya no podemos interpretarlas.

No se trata de una encrucijada de caminos importante, todo lo contrario, pero si vemos el mapa completo observamos que estamos en un punto donde las grandes corrientes globales hacen sentir su fuerza, empujando las velas del país vaya a saber hacia donde. Por lo demás poco sabemos de las habilidades del capitán y los tripulantes y si tienen alguna idea de cómo usar el timón. Los “cuatro vientos” que azotan al país definen un panorama global en constante cambio, donde las alianzas tradicionales se resquebrajan y las nuevas dinámicas de poder emergen con fuerza.

Las guerras del siglo XXI ya no se libran en campos de batalla tradicionales, sino a través de complejas redes de influencia económica, tecnológica y cultural. Argentina, con su rica tradición y recursos estratégicos, se ha convertido en un ring, un escenario clave donde las grandes potencias miden fuerzas a costo de los locales y la política local, con sus vaivenes y tensiones, no puede comprenderse sin analizar cómo Washington, Beijing, Moscú, Bruselas, San Pablo y otros actores proyectan sus sombras sobre Buenos Aires.

Y es que en este alejado cruce de caminos perdidos donde vivimos, la Argentina aparece retomando una histórica alianza con Estados Unidos, re-rrreforzada por el gobierno de Milei, como una ruta principal, aunque no exenta de tensiones. Cualquiera sabe que es una ingenuidad mayúscula y mas en un Estados Unidos proteccionista, pero bueno, es lo de menos.

Simultáneamente, se manifiestan las alianzas tejidas por el kirchnerismo con Rusia y China, buscando crear un contrapeso a la influencia Occidental, marcando una dirección diferente, autoritaria y aún posible desde su perspectiva. Seria una perspectiva Oriental, no heredera de los griegos y su democracia, sino de los persas, o de los faraones egipcios.

Se vislumbra también el acercamiento a Europa, explorado por Macri, aunque su viabilidad se ve cuestionada por los nuevos vientos que soplan desde otros rumbos. Finalmente, se plantea la influencia de los grupos económicos sudamericanos, representados por Brasil quienes en su momento apoyaron a Massa (y quizás a Carrió, siempre dando vueltas por Itamaraty), proponiendo una ruta basada en la integración regional de las élites dominantes por debajo del ecuador americano.

Se podría decir que el gobierno de Mauricio Macri (2015-2019) marcó un posible punto de inflexión para comenzar el análisis, después de todo algún punto cero arbitrario hay que elegir, un retorno hacia ese Occidente que luego dejó cicatrices profundas, lastimaduras que se apoyaron sobre las llagas que habían quedado de los gobiernos anteriores. La firma de acuerdos con el FMI trazó una línea que condicionó el futuro, tanto como las negociaciones con Irán o la Venezuela de Chávez. Resumiendo: la lógica de la deuda se convirtió en un instrumento de presión política, en un grillete que limitó la autonomía del país, la onda woke removió todos los barros del fondo del puerto para encontrar un enemigo en cualquier vecino y junto con la narrativa autocrática, pobrista y antimeritocrática del kirchnerismo terminaron por mezclarse en una ensalada difícil de digerir.

Hoy, el panorama es un mosaico complejo y fragmentado. China emerge como un contrapeso poderoso, utilizando herramientas como los “swaps” monetarios y el financiamiento de infraestructura crítica. La represa de Santa Cruz y los proyectos mineros en el norte son solo la punta del iceberg, una estrategia que busca asegurar el acceso al litio, el oro blanco de la transición energética. Sergio Massa, navegando en estas aguas turbulentas, ejemplifica la tensión entre la necesidad de financiamiento externo, narcisismo personal y la búsqueda de autonomía de la elite local.

La relación con el eje Rusia-Irán suma otra dimensión. Acuerdos en materia nuclear y de defensa sugieren que ciertos sectores políticos exploran alianzas alternativas, desafiando el orden hegemónico tradicional. Estas alianzas, tejidas en la sombra y con balas, buscan contrapesos ante una presión percibida desde Occidente. Mientras tanto, el mundo árabe, a través de inversiones y acuerdos estratégicos, muestra un interés creciente en la economía argentina. Esta nueva forma de vinculación, menos ideologizada pero igualmente determinante, revela cómo los intereses económicos son una herramienta poderosa en la lucha por la influencia global.

La gran ruptura, lo que ha detenido a la Argentina en este cruce de rutas tan mal señalizadas es el pacto Trump-Putin, una entente que pretende repartirse a la gerontorizada Europa y reinicia así el tablero geopolítico a cero. Este nuevo escenario altera las relaciones tradicionales, generando una tensión que exige a Argentina una realineación estratégica. ¿Qué posición debe adoptar Argentina en este nuevo contexto? ¿Debe el país mantener su alianza con Estados Unidos, a pesar de las tensiones que genera con Europa? ¿Debe explorar nuevas rutas hacia Rusia y China, desafiando el orden occidental? ¿Debe buscar una vía intermedia, fortaleciendo los lazos con los grupos económicos sudamericanos?

La historia reciente nos enseña los peligros de perderse en encrucijadas ajenas, basta con recordar a la Tripe A del Perón herbívoro y a su nefasta continuidad en el terrorismo de Estado de la dictadura cívico militar iniciada en 1976. Argentina, atrapada en estos “cuatro vientos”, necesita una clase política capaz de leer las señales borrosas y de encontrar un camino propio. Y la verdad es que no la tiene, esa es la triste realidad que a los ciudadanos de a pie nos toca palpar.

La ya frágil autonomía, en este contexto de incertidumbre periférica, se convierte en el último recurso, el último estirón del defensor central que intenta conseguir que el balón no cruce la línea de meta, algo que sin un brújula adecuada, capaz de guiar a la nación a través de la tormenta, debería ser considerada a estas alturas y viendo lo que tenemos actualmente sobre la mesa, como una causa lamentablemente perdida.

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